En japonés, la palabra es johatsu o «gente evaporada». Atormentados por la vergüenza de perder el trabajo, un matrimonio fallido o las deudas, miles de ciudadanos japoneses han empezado a abandonar sus identidades y buscar refugio en lo anónimo, fuera del mundo que conocen. Así lo cuentan los franceses Léna Mauger y Stéphane Remael en su libro «Los desaparecidos: la ‘gente evaporada’ de Japón en historias y fotografías». Este libro recopila una serie de viñetas de gente que ha dejado la sociedad moderna en busca de una vida más reservada, lejos de la vergüenza.
Mauger y Remael viajaron durante cinco años por Japón, donde se ganaron la confianza de los locales para aprender sobre este tema tan polémico. También conocieron a los seres queridos de algunos desaparecidos: padres abandonados, ex-parejas y familiares. Aunque no hay ningún dato oficial sobre este fenómeno, la pareja calcula que 100.000 personas desaparecen cada año en el país. Ninguna desaparece físicamente: la evaporación es más bien una desaparición administrativa. Cambian su nombre, dirección y su trabajo. Empiezan de cero.
Este proceso parece sorprendentemente fácil, según ha publicado Public Radio International. Y es que la ley japonesa dota a los ciudadanos de una gran libertad para mantener en secreto su vida privada, a excepción de cuestiones relacionadas con la criminalidad, cuando la policía sí puede acceder a datos personales.
Mauger ha explicado a The New York Post que es la forma que eligen para salvar su reputación. «Es tabú, algo sobre lo que no puedes hablar. La gente puede desaparecer porque hay otra capa por debajo de la sociedad japonesa. Cuando alguien desaparece, todos saben que encontrará una manera de sobrevivir».
Los casos de johatsu aparecieron a finales de la década de los sesenta, impulsados por la película «Un hombre desaparece», en la que el protagonista abandona su trabajo y a su prometida para ‘evaporarse’. En los años setenta aparecieron muchos casos de jóvenes de zonas rurales que huían de sus duros trabajos en las grandes ciudades, según cuenta Hikaru Yamagishi, estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Yale.
Mauger y Remael conocieron a un hombre que movía a los johatsu a pueblos y ciudades alejados en los noventa. Recibían el nombre de ‘transportistas nocturnos’. Su trabajo consistía en conducir a gente a localidades alejadas durante la noche. De acuerdo con Public Radio International, hubo un boom de johatsu durante esa década. La economía acababa de colapsar y mucha gente buscaba una manera de escapar. «Es increíble, pero estas evaporaciones se convirtieron en un negocio en esa época«, ha declarado Mauger a Public Radio International.
En su libro, Mauger y Remail también arrojaron algo de luz a los seres queridos de los desaparecidos. Sus familiares hubieran deseado que la persona desaparecida no se hubiera sentido tan avergonzada, comentan. «Solamente queremos saber de él, no tiene por qué volver. Si necesita dinero, se lo enviaremos«, les dijo el padre de un johatsu a Mauger y Remael.
La presión de mantener una buena reputación se manifiesta también de otras formas. Por ejemplo, en japonés hay una palabra específica para los suicidios a causa de estrés laboral: karoshi. Un informe publicado en octubre reveló que los empleados de más del 20% de las empresas de Japón trabajan al menos 80 horas extra y la mitad de ellos admitía que había renunciado a las vacaciones pagadas.
En los últimos meses, el gobierno japonés ha empezado a tomar medidas para reducir los casos de karoshi, como promover que las empresas reduzcan la jornada laboral los viernes. Varios expertos han señalado, no obstante, que la cultura de trabajo japonesa es tan fuerte que los incentivos no son suficientes para compensar la posibilidad de abandonar -a no ser que se conviertan en johatsu y se evaporen.
Este artículo fue publicado en Business Insider España por Marta Pachón Díaz.