Los rojos suelen mencionar a la embajada de USA como uno de los “poderes fácticos” en Latinoamérica, junto a la Iglesia y el Ejército. Claro, ellos no mencionan para nada a sus ONGs y sus universidades, tal vez los más poderosos “poderes fácticos” de estos tiempos. ¿O me van a negar que el IDL y los caviares egresados de la PUCP no ejercen una influencia desproporcionada en el Estado peruano?
Pero volviendo a los embajadores de USA en el Perú, es cierto que hubo aquí algunos de mucho peso fáctico: el hayista Loeb en los 60s, el astuto Belcher toreando a Velasco (quien le gritó una vez “No me gustan los ojos azules”), Shlaudeman (de lejos el de más trayectoria que hemos tenido. Ese sí era un peso pesado) con Morales Bermúdez, el siempre misterioso Frank Ortiz con Belaunde II y el muy simpático Watson aguantando al desequilibrado Alan 1.
Con Fujimori hubo embajadores muy enérgicos y muy hábiles: el equilibrista Quainton, el durísimo provisional Brayshaw, el abiertamente antifujimorista Jett, el pro-fujimorista Hamilton… Desde el año 2000 que no hemos vuelto a tener embajadores de ese gran calibre e influencia abierta en Lima, salvo tal vez Strubble. Por eso entre los entendidos ha sorprendido que Lisa Kenna, la próxima embajadora de Lima, sea alguien de un curriculum tan interesante por los puestos antes ocupados (nada menos que exsecretaria ejecutiva del Secretario de Estado Pompeo, Pentágono, NSA, CIA, Iraq, Jordania, Egipto, Pakistán). Es como que nos hayan mandado un Rolls Royce tras varios Toyotas.
Lo más curioso es que Kenna es una especialista en el Oriente islámico (domina el urdú, persa y árabe), todo un personaje tipo Carrie Mathison, la protagonista de la serie “Homeland”. ¿Por qué alguien de su perfil y peso viene al Perú? ¿Infiltración islámica? ¿Cambio profesional de aires? ¿Interés USA en que el Perú no se descarrile?