En 2017, a los 30 años, Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) era parte del Bogotá39, lista integrada por los mejores escritores menores de 40 años de Latinoamérica. Solo este año, su novela Nefando ha sido editada en México, Historia de la leche y Las Voladoras, en España. Sin duda es una de las más importantes escritoras latinoamericanas del momento.
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En Nefando escribes sobre temas muy fuertes como el abuso infantil y el tráfico de imágenes por la deep web. ¿Por qué decidiste abordar esta temática?
Los procesos creativos son misteriosos. Fue un momento específico de mi vida en el que estaba viviendo el descubrimiento de que una amiga mía había sido abusada sexualmente por un miembro de su familia. En ese momento, en todo lo que podía pensar era en abuso y pornografía infantil porque a ella la fotografiaron, subieron las fotos a internet y circularon en la deep web. Esa experiencia me generó una emoción muy intensa. No fue para nada una escritura autobiográfica ni mucho menos, toma parte de ese hecho biográfico, pero la novela es una exploración mucho más grande en torno al deseo, al daño a partir del abuso, la pornografía infantil y al eros en toda su violencia. Como en ese momento estaba en ese estado y atmósfera mental, era lógico para mí meterme a la deep web, hacer las investigaciones para poder hablar precisamente de algo que yo hubiera visto más o menos de cerca.
¿Qué libros te ayudaron como fuentes-referencias-inspiración para escribir Nefando?
Tuve las lecturas que me fueron sugiriendo cosas que tenían que ver con el deseo, el daño y la violencia. En ese sentido, este es un libro que me hizo pensar mucho en mis lecturas de Georges Bataille, Marqués de Sade y, en general, en toda la tradición erótico-pornográfica literaria, pero también en libros que no son de literatura, como The body in pain de Elaine Scarry. Cuando uno escribe normalmente le vienen a la cabeza todas aquellos textos, libros, música y todo lo que tenga que ver con lo que está escribiendo. Me vinieron a la mente muchas cosas que me ayudaron a conectar y desarrollar mis ideas con referentes que tienen que ver con el tema que estaba investigando escrituralmente.
Marta Sanz escribió recientemente en El País que no eres una escritora “tolerada por todos los públicos”. ¿Qué opinas de eso?
Estoy muy contenta con el texto de Marta Sanz porque es muy aguda con sus lecturas y lo que dijo de Las voladoras e Historia de la leche ––que han salido casi a la vez en España–– ha sido muy halagador. Hizo una lectura tremenda y estoy muy agradecida. Lo dice en el sentido estricto que escribo sobre violencia y cosas muy oscuras. En mis libros hay mucho daño y deseo, pero no en el lado luminoso. Hay mucha hostilidad y voracidad, hace que haya lectores que sientan que no pueden entrar a ese mundo porque es muy violento.
¿Qué le dirías a esos lectores? Finalmente, son temas terribles, pero reales.
Normalmente olvidamos un poco que los libros no son hostiles, es la realidad y es el mundo el que es hostil. El mundo es violento como un libro jamás lo va a poder llegar a ser. La tangibilidad de la violencia es algo que un libro no puede reproducir porque está constituido por palabras, no por golpes. Aunque la palabra puede representar la violencia no está al mismo nivel. Una palabra te puede hacer mucho daño, pero no te va a romper una costilla. Estamos acostumbrados por una cuestión de supervivencia ––y me incluyo en esto–– a voltear la cara y mirar hacia otro lugar cuando nos damos cuenta de un tipo de violencia u hostilidad en el mundo. Si estamos mirando la televisión y no queremos ver porque nos va a entristecer, apagamos la tele. Estamos evadiendo que el mundo es un lugar cruel para llevar una vida más o menos tranquila y, en parte, está bien porque se necesita para la supervivencia, pero también es necesario que hagamos el ejercicio de rebajar nuestro nivel de indiferencia y creo que si no es a través de la literatura no sé en qué otro espacio es posible sensibilizarse con el dolor de los demás.
Se está hablando de un nuevo boom y mayor protagonismo de escritoras latinoamericanas ¿qué opinas?
Es verdad que ha habido un cambio de recepción. Hay mucho más lectores que están acudiendo a escritoras en general. En el pasado había una especie de recelo hacia la escritura hecha por mujeres y ahora mismo se acercan a los libros de mujeres sin tantos estereotipos ni prejuicio de por medio. Pero no lo llamaría ‘boom’ porque es algo muy específico para los años 60 en Latinoamérica y respondía a un canon masculino masculinizante y exotizante, en ese sentido no creo que se pueda llamar boom porque tiene otro tipo de características. Sé que cuando lo llaman un nuevo boom latinoamericano femenino lo que están tratando de decir es que ahora mismo se están descubriendo escritoras con una literatura muy interesante y resulta que son mujeres. Vale, pero creo que habría que buscarle otro nombre porque boom remite precisamente a estas cosas que creo que las escritoras contemporáneas estamos tratando de evitar como la idea precisamente del canon y la exotización de la literatura latinoamericana. Suena bien en cuanto a marketing, pero no sé si corresponde a lo que estamos viviendo, creo que lo que estamos viviendo es más importante que un boom.
¿Y cómo aprecias el papel de las editoriales que están apostando por publicar más escritoras?
Es verdad que ahora hay más editoriales que están apostando por publicar a más escritoras mujeres, pero eso tiene que ver con que estamos viviendo un cambio en la recepción. Las editoriales no son tontas, publican más mujeres porque saben que se están leyendo más, no lo hacen por un sentido altruista, algunas sí por supuesto, algunas lo hacen desde un lugar político y una conciencia de que en el mercado se sigue publicando mayoritariamente a autores hombres. Aunque ahora mismo estamos hablando de que el feminismo ha cambiado el panorama en realidad, si vemos las estadísticas hay muchas editoriales que todavía al año publican más hombres que mujeres.
No han cambiado mucho los catálogos…
Los catálogos de algunas editoriales son así incluso editoriales tan comprometidas como Candaya y Páginas de espuma. En ese sentido, creo que es algo que se está dando más bien en la calle, en los movimientos sociales, en los lectores. Son los lectores y lectoras los que están pidiendo libros escritos por mujeres, libros buenos y no porque sean mujeres las que lo escriben sino porque son buenos y da la casualidad que quien lo escribe es una mujer, da igual, el punto es que son buenos y es por eso que están allí, tienen sus lectores y tienen su público. Lo importante es que se estén dando estos espacios en donde antes los libros de mujeres no tenían espacio para ellas. Está cambiando la mirada de los lectores sobre los libros escritos por mujeres.
¿Cuál es esa relación de la categoría ‘gótico andino’ con Las Voladoras? ¿nos puede comentar de qué trata este nuevo libro de relatos?
Hice un libre ejercicio de imaginar qué es lo que sería para mí el gótico andino, pero el término no lo invento yo, al menos en Ecuador lo he escuchado en varias ocasiones no necesariamente para referirse a un tipo de literatura en específico sino para hablar de varias cosas. Escribí un libro de cuentos que exploran el miedo a través de la geografía y de lo que simboliza toda la zona de los andes con sus montañas, valles, páramos y volcanes. Y sobre cómo este mundo de simbología, misticismo y mitologías está relacionado con determinadas violencias contemporáneas que generan miedo. En Las Voladoras hay cuentos que van sobre feminicidios, violencias intrafamiliares, abusos, incestos o la muerte como la violencia máxima de la vida.
En Nefando publicas un poema de Vallejo y mencionas Polvos Azules. En Historia de la leche colocas un epígrafe de Victoria Guerrero. ¿Cuál es tu relación con Perú?
Como leo bastante poesía conozco a algunos de los grandes poetas peruanos y algunos de ellos son mis favoritos. Me encantan Jorge Eduardo Eielson, César Vallejo, Blanca Varela, José Watanabe, Enrique Verástegui y Victoria Guerrero, son autores importantísimos para mí. Tengo una relación poética con Perú.
A los 30 años fuiste seleccionada para integrar la lista de Bogotá39 ¿cómo te impactó que tu nombre apareciera?
Fue una gran alegría porque fue una oportunidad para que mi nombre pudiera sonar y llegar a otros sitios y, por lo tanto, mis obras que es lo importante. No tanto mi nombre sino lo que estoy escribiendo, pero en los mercados funciona eso, si suena tu nombre como consecuencia llegan tus libros. También fue una oportunidad para descubrir a otros autores latinoamericanos que no había conocido porque la lista de Bogotá39 tuvo a 39 escritores de distintas partes de Latinoamérica y algunos no llegaban a Ecuador.