Trump fracasó en su intento de acabar con la democracia de más larga data en la historia de la humanidad gracias a que las instituciones funcionaron para detener sus múltiples e infundadas denuncias de fraude a gran escala en las elecciones de noviembre.
Luego de que el presidente saliente perdió varias demandas en estados donde la ventaja de Biden fue muy ajustada, Trump trata de crear una narrativa en búsqueda de una matriz de opinión que ponga en duda su derrota, que ha resultado exitosa entre varios de sus simpatizantes pero inocua en lo jurídico.
El Grinch que trató de robarse la democracia fracasó en obstaculizar que gobernadores del Partido Republicano, como Brian Kemp de Georgia y Doug Ducey de Arizona, certificasen el triunfo de Biden en el voto del Colegio Electoral en esos estados. Y las amenazas de muerte propaladas por grupos violentos armados pro-Trump contra varios voluntarios que contaron votos y miembros de los gobiernos estatales, tampoco pudieron evitar el desenlace de que el Colegio Electoral –los representantes de los 50 estados– expresara la voluntad de los votantes.
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Son muchos los héroes que salvaron la institucionalidad en EE.UU., pero lo paradójico es que en el último bastión de toda democracia, la Corte Suprema de Justicia–en la que Trump tanto confiaba por tener mayoría de jueces nombrados por presidentes republicanos (seis de los nueve jueces de los cuales tres fueron nominados por él)–, todos, por unanimidad, le dieron la última estocada al Grinch al rechazar la ridícula demanda hecha por el fiscal de Texas junto a otros 19 fiscales y 126 congresistas republicanos.
Queda claro que la institucionalidad sobrevivió los cuatro años de Trump. Como bien lo dijo hace un tiempo el presidente de la Corte, John Roberts: “…la justicia no es inevitable”.