Las personas con esquizofrenia tienen posibilidades hasta tres veces más altas de fallecer por coronavirus, según un nuevo estudio realizado con casi 7.400 personas en Nueva York que dieron positivo a COVID-19.
La comunidad científica continúa ampliando sus estudios para segmentar y detectar los grupos más vulnerables a la hora de contraer la COVID-19. Identificar a estos sectores de riesgo en la población resulta esencial a la hora de elaborar los planes de vacunación o dar prioridad a determinados tratamientos. Ahora, una nueva investigación apunta a que las personas diagnosticadas de esquizofrenia son más propensas a fallecer por COVID: las probabilidades son hasta tres veces más altas en este grupo de riesgo. .
«Nuestros hallazgos ilustran que las personas con esquizofrenia son extremadamente vulnerables a los efectos del COVID-19», dijo la psiquiatra Katlyn Nemani del Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York (NYU). Su estudio permitirá que los sanitarios puedan «priorizar mejor la distribución, las pruebas y la atención médica de las vacunas para este grupo».
La investigación analizó la evolución de unos 7.350 pacientes con coronavirus en la ciudad de Nueva York 45 días después de dar positivo. Para ello analizaron los registros médicos del sistema de salud Langone de la NYU, que incluye cuatro hospitales, entre marzo y mayo de 2020. De todos los afectados por coronavirus, 75 de elos habían diagnosticado esquizofrenia. Aunque la muestra es amplia y diversa, la cantidad de personas con esquizofrenia puede no bastar para arrojar resultados significativos.
Las probabilidades de que las personas con esquizofrenia murieran por COVID-19 eran bastante sombrías: se encontró que tenían 2,67 veces más probabilidades de morir por coronavirus que las personas sin este diagnóstico. El resultado significa que la esquizofrenia se clasificó como el segundo mayor factor de riesgo (después de la edad) de muerte por COVID-19 en este grupo de neoyorquinos, después de que los autores del estudio contabilizaron otras variables, como edad, sexo, raza, diabetes, enfermedades cardíacas, y fumar –no se tuvo en consideración el uso de medicamentos ni la obesidad-.
También aparecieron personas con trastornos del estado de ánimo como ansiedad, pero el análisis encontró que estas personas no tenían un mayor riesgo de morir por COVID-19, pese a que anteriores investigaciones dieron más papeletas de contagiarse a personas con trastornos de salud mental.
«Estos pacientes ya se encuentran entre los miembros más vulnerables de la sociedad y probablemente estén desatendidos por la mayoría de los sistemas de salud en todo el mundo», dijo Tom Pollak, psiquiatra del King’s College de Londres, que no participó en el estudio, cuyos resultados calificó de alarmantes.
Posible explicación: citocinas inflamatorias involucradas o falta de atención médica
Una de las hipótesis que manejan los investigadores reside en el sistema inmunológico de las personas con esquizofrenia, más frágil. Las citocinas inflamatorias podrían hacer que estas personas sean más vulnerables a las infecciones por COVID-19. No obstante, otros expertis creen que la disparidad observada se explica por factores de estilo de vida y comorbilidades, como la obesidad, común entre las personas con esquizofrenia. Cabe destacar que estas personas tienen una esperanza de vida sensiblemente menorr que la población general.
David Owens, psquiatra clínico de la Universidad de Edimburgo afirma que el estudio puede «ilustrar las desigualdades sociales y de salud a las que los pacientes con trastornos psiquiátricos a largo plazo como la esquizofrenia siguen siendo propensos». Dicho de otro modo, podrían haber acudido al hospital solamente personas con esquizofrenia y casos graves de coronavirus que tengan apoyo en su entorno social y familiar, mientras que otros tienen dificultades de atención médica.
«Esta [investigación] indica que es vital que las personas con esquizofrenia sean consideradas grupo de alto riesgo y tengan acceso temprano a las vacunas», dijo el psiquiatra y epidemiólogo Matthew Hotopf, del King’s College London, que tampoco participó en el estudio.
La investigación ha sido publicada en la revista JAMA Psychiatry.
Este artículo fue publicado en TICbeat por Andrea Núñez-Torrón Stock.