Una pandemia afecta a toda la población, su etimología es infalible en ese sentido. No se trata exclusivamente de un virus que destruyó todos nuestros sentidos comunes y reconfiguró nuestra manera de relacionarnos; también trae consigo muchas consecuencias transversales más allá de las devastadoras pérdidas de muchos de los nuestros. Un ejemplo de ello es la otra pandemia que venimos padeciendo y que se prolongará por mucho tiempo más: el azote de nuestra salud mental.
Partamos desde nuestra situación previa, antes de la pandemia el Perú ya era un país que no le daba la importancia que merece la salud mental. El presupuesto destinado a esta área se encontraba por debajo del promedio latinoamericano (Saavedra, 2020). Ahora nos encontramos en una situación no muy distante, con el agregado no menor de una pandemia mundial que día a día afecta el estado emocional de todos los involucrados. Aquí hacemos mención aparte para el personal de salud que ya no puede más tras un año de intensa labor.
El desconsuelo que significa encontrarse abandonados para el Estado, sin medidas de protección, con una severa crisis económica familiar, con un duelo que pareciera perpetuo, una incertidumbre atroz por conocer el estado real de nuestros familiares internados, entre otros elementos más. No podemos sentirnos ajenos a esta crisis emocional que atravesamos como seres humanos que somos, no podemos dejarla de lado. Por esta razón, la semana pasada en Japón se nombró un ‘ministro de la soledad’ debido al aumento considerable en la tasa de suicidios en este país asiático.
El solo hecho del confinamiento y la implementación de la educación y trabajo remotos tuvieron serias consecuencias en los niños, adolescentes y padres y madres de familia. Para saber la magnitud de esta situación se necesitan estudios integrales que abarquen todo el territorio. La investigación de Rusca Jordán (2020), que es una aproximación a la salud mental de los niños, adolescentes y cuidadores en el contexto de la COVID-19 en el Perú, arroja los siguientes resultados: casi el 70% de los hijos e hijas reportaron cambios conductuales y emocionales. Entre los más frecuentes encontramos la irritabilidad, problemas en el sueño, mayor sensibilidad o tendencia al llanto e inquietud motora. Asimismo, se reportó incremento del uso de dispositivos electrónicos, desgano, aburrimiento, miedo, ansiedad, dificultades en la concentración, trastorno de oposicionismo, tartamudez y ansiedad de separación. Por otra parte, la respuesta de los padres ha sido difícil dado los niveles considerables de estrés e impaciencia (47.2%), miedo (45.5%) e irritabilidad (45.1%). Como podemos imaginar, el estrés estuvo relacionado a la protección del contagio y salud propia, la economía familiar y la carga de labores domésticas.
De otro lado, Saavedra (2020) menciona que el Minsa, oportunamente, ha venido implementando en la última década la Reforma de la Salud Mental con enfoque comunitario, es así que hasta el 2020 se lograron organizar más de 150 Centros de Salud Mental Comunitaria (CSMC) en todo el país. Resulta insuficiente, a pesar del objetivo de lograr construir 281 más para este presente año con la intención de tener un CSMC para cada 100 000 habitantes. Cifra escandalosa si lo vemos con perspectiva. Sin embargo, la respuesta de estos CSMC ha sido positiva, llegando a atender hasta setiembre del año pasado a más de 73 000 pacientes a través de la telemedicina. Y aquí ingresamos a un problema más, no existe una adecuada conectividad en todo el territorio, por lo que las cifras encuentran una seria limitación.
Por ello, es necesario brindar en todo momento atención y soporte a los trabajadores de la salud, pero siempre teniendo en cuenta su punto de vista y no imponiendo estrategias externas. Por otra parte, se debe optimizar la comunicación estado situacional entre las personas aisladas por el internamiento y sus familiares. Además, se necesita promover el autocuidado emocional a través de todos los medios posibles por parte de los gobiernos central y locales ¿Cómo lograr un bienestar emocional en medio de nuestra segunda ola? Las respuestas son urgentes si no queremos lamentar consecuencias a largo plazo.
Nuestro país se ha vuelto un lugar más hostil. Demasiadas personas con pocos problemas multiplicando la intensidad y emoción de dramas ficticios, mientras las víctimas de los verdaderos dramas (que son la mayoría), terminan siendo moneda de cambio de intereses ajenos.
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