Se cuenta la historia de dos científicos, un ruso y un americano, ambos cruzaron los límites de la ciencia médica en búsqueda del conocimiento. Fueron motivados por la misma ambición, y sus experimentos quirúrgicos dejaron pasmados a todo el mundo.
¿Sería posible mantener vivo a un ser humano en su forma cerebral después de que todo su cuerpo hubiese sido sacrificado? Esa pregunta rondaba por sus mentes, y sus creencias golpean la esencia misma de nuestro ser.
En 1950 el mundo parecía prometedor y estaba lleno de innovaciones. A las afueras de Moscú, existían laboratorios científicos en donde se promovía la búsqueda de métodos que ayudaran a prolongar la vida. Muchas de las pruebas se realizaron con animales, extirpaban cada uno de sus órganos, y los conectaban a máquinas que los mantuvieran vivos. Los perros eran sacrificados y luego vueltos a la vida, sin embargo un hombre se diferenciaba en su determinación por llegar a lugares donde los otros no se atrevían.
Vladimir Demikhov era un héroe soviético, un veterano de los hospitales del ejército rojo durante la II Guerra Mundial, convencido de que se podía trasplantar órganos, como corazones y pulmones a seres humanos. Incluso en esos años del furor científico, parecía un paso desmedido, pero Demikhov demostró que se podía hacer.
Este científico experimentó con perros y gatos, y trasplantó los pulmones y el corazón de un tórax, de un animal a otro. Sus experimentos fueron la base para plantar los preliminares de los trasplantes en la medicina humana, pero su trabajo nunca fue reconocido.
En 1951 fue el primero que sustituyó el corazón vivo de un perro por el de otro animal, así demostró que un animal podía permanecer vivo con un corazón trasplantado, y con eso, que estas intervenciones funcionaban. Entonces Demikhov comenzó a hacer planes para un trasplante de corazón humano, incluso 16 años antes de que se realizara el primero.
A Demikhov le gustaba trabajar durante las noches, a menudo se veían las luces encendidas de su laboratorio en los bosques de las afueras de Moscú. Una noche de Febrero de 1954, realizó un experimento que dejó helado al mundo entero: cogió dos perros, un adulto y un cachorro, y junto a su equipo de cirujanos los operó durante toda la noche. A la mañana siguiente develó lo qué había logrado, una criatura viviente sacada de la ciencia ficción; había unido con suturas la cabeza y el dorso del cachorro al cuello del perro más grande, conectando sus vasos sanguíneos y sus tráqueas.
La propaganda soviética proclamó sus logros, el perro fue exhibido ante un mundo atónito. En América llamó la atención de un joven científico, Robert White, quien más adelante siguió sus pasos con el trasplante de cabezas en monos, se inspiró en los experimentos de Vladimir Demikhov para realizar el trasplante de cabeza en un mono hacia otro. Aunque estos monos estaban paralizados del cuello para abajo, los monos podían escuchar, ver, oler, comer y seguir objetos con sus ojos, pero estos murieron después de nueve días.
Demikhov sacudió la ciencia mundial, pues ni siquiera en EEUU hubo alguien que se haya atrevido a hacer estos experimentos, por lo que pronto empezaron a poner en marcha su propio programa de trasplantes de cabezas.
Es así que el gobierno de EEUU, apoyó a Robert White para que pudiera iniciar sus investigaciones con primates. Así, en 1962, White demostró sus extraordinarias habilidades quirúrgicas y logró extraer con éxito el cerebro de un animal vivo, manteniendo el cerebro con vida. La más mínima perdida de riego sanguíneo durante el proceso, lo habría matado. Nadie había podido hasta ese momento, estudiar un cerebro con vida.
Al año siguiente White fue más allá, extrajo el cerebro de un mono y lo mantuvo vivo artificialmente durante varias horas. Confiaba que los conocimientos adquiridos serían beneficios para los cirujanos y científicos de todo el mundo. Pero las máquinas no podían mantener vivo el cerebro lo suficiente como para poder estudiarlo a profundidad.
Su empeño lo llevó a que en 1964, trasplante el cerebro de un animal al cuerpo de otro, y lo estudiase desde allí. Extrajo el cerebro de un perro y lo trasplantó vivo al cuerpo de otro perro. El cerebro del segundo perro se dejó intacto, por eso el nuevo cerebro fue trasplantado al cuello de este y se dejó expuesto durante horas, incluso días.
Tanto los trabajos de Demikhov, como White, sirvieron para mejorar los procedimientos de trasplante de órganos que se usan hoy en día para salvar millones de vidas, cosa que no se le reconoce del todo al primero, ya que los procedimientos son considerados barbáricos y muy extraños.
Muchas veces esta clase de experimentos descabellados es lo que se necesitan para ser un pionero en la ciencia, ya que por más extraños que se consideren, sería aún peor que se hubieran realizado en humanos por primera vez.